Nunca pensé que sería capaz de
expresar mis pensamientos (y a veces hasta mis sentimientos)
en un espacio al alcance de
cualquiera. Si me cuesta hablar de ciertas cosas hasta con mi
psicóloga, desnudarme delante de
desconocidos es algo que jamás habría pasado por mi
mente. Regalar mi intimidad ha
sido muy arriesgado; pero siempre hay un regalo a cambio de
otro. Otra cosa es que el regalo
nos guste.
Agradezco de corazón a los chicos
de “Rescatando historias” su interés por la mía. Puede que
la chispa del morbo haya corrido
a una velocidad que no esperaba sobre este hilo de pólvora, y
la “investigación” que están
llevando a cabo se merece mi aplauso, pero no sé si realmente me
está ayudando a encontrar una
respuesta o está generando más preguntas, dudas que no se
me plantean sólo a mí. No puedo
evitar hacer las cosas por mí misma, como de costumbre, y
he considerado lícito sumarme a
esa búsqueda, colaborar de algún modo, agradecerlo de
alguna manera... y defenderme de
alguna forma. A veces sólo hay que saber buscar dentro de
una misma para encontrar las
respuestas y otras hay que mirar hasta en las nubes.
Tengo que reconocer, sin ánimo de
mostrar ninguna rozadura, que no me han gustado mucho
las insinuaciones del último
podcast. Es cierto que mi marido estuvo un año en el Seminario;
un año en el que me llegué a
sentir culpable, porque no entendía el fuego que le ardía por
dentro, y pensaba con más
frecuencia de la que me habría gustado que fui yo quien le empujó
hacia esa llama. Curiosamente fue
un sacerdote que vio mi sufrimiento el que me ayudó a
sobrellevar todo ese asunto (él
también había dejado a su novia para ingresar) y cuando ya
parecía que aceptaba y manejaba
la nueva situación, cuando creí descubrir que no le
necesitaba, Andrés volvió a
aparecer sin rogar, sediento de mí, disfrazando de vergüenza su
súplica, sujetándola con la
barbilla mientras me hablaba cabizbajo. Admito que me sentí
vencedora en una batalla que no
existía, que me dieron ganas de abrir el escote que antes no
me atrevía a lucir y pavonearme
delante del Palacio Episcopal para mostrarle al obispo que
aquel favor tan grande que le
hizo admitiéndolo en el Seminario Mayor sin pasar por los cursos
preparatorios no había servido de
nada y que ahora volvía a ser mío, más mío que nunca. De
repente me dieron ganas de
procesión, de paseo de vísperas, de volver a oler el incienso que
meses antes había aborrecido, de
encender velas y de helado por la tarde. Pasear del brazo del
que podía ser mi esposo era un
placer que sólo podía superar la satisfacción de pasear del
brazo de mi esposo. Y llegó el
momento de cumplir ese sueño. Nunca recé para pedir ese
deseo; sólo recuerdo haberle
dicho en voz baja a la Virgen que si tenía que ser para mí que lo
fuera y si no, que se lo llevara
muy lejos de mi vida.
Fue Andrés el que se encargó de
todo lo relacionado con la liturgia y de buscar al sacerdote
para poder celebrar la boda con
eucaristía fuera del horario de misa. ¿Qué pega podía poner
por habérselo pedido a un antiguo
compañero del seminario? Yo no sé qué movidas o qué
problemas podría tener ese hombre
en su cabeza el día de nuestra boda, pero estoy segura de
que nada tiene que con nosotros,
así que por mí ese rector (que, por cierto, se lo hizo pasar
fatal a mi Andrés durante su
estancia) por mí puede, y nunca mejor dicho, decir misa. Tengo,
además, la última conversación
que mantuvieron Andrés y Héctor antes de la boda, y no sé qué pelea pudieron tener mientras
fueron compañeros, pero no me importa, como tampoco
me importa lo que le pasara a
Héctor antes de suicidarse, sólo quiero saber por qué lo hizo así.

No me gusta tener que hacer cosas
a escondidas, pero no soporto las ideas extrañas y las
como hoy, sólo Dios sabe el
calvario que he pasado y es la única forma de poder hacer una
entrada triunfal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario