lunes, 15 de abril de 2019

Ardo


 El que busca, encuentra. Y no siempre lo que encuentra es de su agrado.
Recuerdo ahora lo que le respondí a mi madre cuando me dijo que no estaba muy convencida
de que me casara con Andrés: “Me caso porque no le necesito. Él es el que me necesita. No le
necesito. No te necesito. A partir de ahora, todo lo que haga lo voy a hacer yo solo. Yo sola”.

Y yo sola he encontrado. Tal vez Dios me haya ayudado, por desgracia. “Pedid y se os dará”.

“Si muriera ahora mismo, no me dolería lo más mínimo, y eso que parece que el alma me empieza a arañar las paredes del cuerpo. Me voy. Me voy ahora que aún no me odias. Me voy con el recuerdo de una pasión sin límites. Me llevo el sol de los mejores días de mi nueva vida. De cuánta vida se llenaban aquellas noches en las que en cada beso tu lengua parecía querer buscarme el corazón para lamerlo. Me voy sin despedirme, para no llevarme el alma que vendí, sino la sangre que querrás beber mañana; porque amor sólo amor bebe, pero más de una vida se cobra. 
Me entregué tanto a ti que no sé qué pedazos de mí te sobraban. Te habría regalado mi alma del mismo modo que ahora te regalo mi muerte, porque mi mayor deseo fue morir a tu lado y dejarte en herencia latidos de sobra. No hay mayor amor que dar la vida por el amigo. Tu dolor y mi consuelo; ambos de la mano. Sólo me queda esperar; dormir y soñar que vivo. Si me marcho, para siempre, tu piel me echará de menos y tus labios querrán buscarme. Sé que se llora al muerto que nos deja los mejores recuerdos, y con cada uno de ellos, mil lágrimas más cada noche; y tú mereces reír, reír con cada soplo de aire que le regales al mundo, e inundarlo de felicidad, como hiciste conmigo, así que no quiero que riegues con tu llanto la flor que una vez planté en tu pecho, que la bañes de mi ausencia para que deje de marchitarse, con rocíos de tristeza, con un mar de melancolía. Tanto te amo que te hago esto.”

Esta nota estaba dentro de un sobre, un sobre que Andrés tenía guardado en la chaqueta del
traje de novio. Pensaba que era uno de los sobres que algunos invitados nos dieron con dinero
en lugar de ingresárnoslo en la cuenta. No esperaba encontrar ningún billete, pero tampoco
este papel tan afilado. Esta mañana, aprovechando los pocos días que tengo de vacaciones, he
decidido pasar página y llevar a la tintorería mi vestido de novia y el traje de Andrés, cuando
hasta el día de ayer me daban ganas de tirarlos a la basura. Ahora quisiera quemarlos. Quisiera
yo misma arder en esa hoguera. Intento mantenerme fría, más bien congelada, para no arrasar
todo a mi alrededor con el fuego fatuo que siento salir de mis ojos. He llorado durante un par
de horas, pero no pienso derramar más lágrimas una vez que he comprobado que no pueden
apagarlo.

Vuelvo a preguntarme “por qué”, pero esta vez ya no por qué Héctor nos hizo aquello, ni por
qué Andrés me ha hecho esto. Pregunto por qué Dios me está haciendo sufrir, por qué me
manda este castigo cuando ya me puso una vez a prueba. ¿Qué le he hecho?

El Señor manda las más duras batallas a sus mejores guerreros. He de hacerle entender que no
necesito que me quiera tanto. Dios me duele. Ahora entiendo el calor que buscaba Andrés en
Él cuando fue en Su búsqueda; no es que huyera de mí, no es que mi regazo le resultara frío: es
que Dios quema. Tal vez es cierto que el Espíritu se manifiesta como lenguas de fuego y aquel
año fue a habitar en las bocas de estas dos almas perdidas. Tal vez en un futuro pueda llegar a
entenderlo, pero el futuro se me presenta ahora mucho más allá del horizonte, y el camino es
tal vez aún más arduo. Los caminos del Señor son inescrutables; lo que ahora no entiendo es
qué hago yo en ellos.

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