miércoles, 3 de abril de 2019

Rojo sobre blanco


No sé si alguien recordará esta noticia. Yo sí. Fue hace dos años. Esa R.J.C. soy yo. Esa fue mi boda. Y digo que “esa fue” porque el reloj se paró ahí. Mis padres, mis amigas, todo el mundo quiso ayudarnos e insistió en que fuéramos al banquete, como estaba previsto, como si no hubiera pasado nada. Pero nadie podía hablar de otra cosa, y como nadie quería tocar el tema, nadie habló de nada. Yo sólo quería irme de allí, no sabía muy bien a dónde. Hay una nube que no me deja ver con claridad lo que ocurrió, sólo me recuerdo queriendo lanzarme sobre el cura para machacarlo, para rematarlo con mis manos por si aún temblaba. Andrés y mi padre me sujetaban. Recuerdo algunas gotas de sangre en el mantel del altar; de las dos que manchaban mi vestido de novia me di cuenta después de cenar, ni siquiera cuando me intenté retocar el maquillaje frente al espejo. Eran minúsculas, pero resaltaban más que yo. A mí me parecían charcos.

De todas las desgracias que pueden ocurrir en una boda, ¿por qué me tuvo que tocar esa? ¿No podría haber caído una tormenta tropical? ¿No podría haber hecho eso antes o después? ¿No podría haberse muerto mi madre y suspender la ceremonia? ¿Tuvo que convertirse en una pesadilla el que se supone que debía ser el día más feliz de mi vida? Lo que no le perdono a ese cura (y si hay Dios, que me perdone) es que le hiciese tanto daño a los míos. Andrés estaba completamente destrozado, pasmado, ido... Al principio mantuvo la calma, pero tengo la impresión de que en cuanto nos sentamos a cenar dejó de parpadear. No probó ni la tarta, y yo tuve que ir a vomitar unas cuantas veces. Había música, había lujo, había amor... pero no había granos de arroz en mi pelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sin cirineo

Tras varios días pensando en si hablar de todo esto o no con mi marido, creo que lo mejor es que esta penitencia la asuma con el mayor de l...