No sé si alguien recordará esta noticia. Yo sí. Fue hace dos
años. Esa R.J.C. soy yo. Esa fue mi boda. Y digo que “esa fue” porque el reloj
se paró ahí. Mis padres, mis amigas, todo el mundo quiso ayudarnos e insistió
en que fuéramos al banquete, como estaba previsto, como si no hubiera pasado
nada. Pero nadie podía hablar de otra cosa, y como nadie quería tocar el tema,
nadie habló de nada. Yo sólo quería irme de allí, no sabía muy bien a dónde.
Hay una nube que no me deja ver con claridad lo que ocurrió, sólo me recuerdo
queriendo lanzarme sobre el cura para machacarlo, para rematarlo con mis manos
por si aún temblaba. Andrés y mi padre me sujetaban. Recuerdo algunas gotas de
sangre en el mantel del altar; de las dos que manchaban mi vestido de novia me
di cuenta después de cenar, ni siquiera cuando me intenté retocar el maquillaje
frente al espejo. Eran minúsculas, pero resaltaban más que yo. A mí me parecían
charcos.
De todas las desgracias que pueden ocurrir en una boda, ¿por qué me tuvo que tocar esa? ¿No podría haber caído una tormenta tropical? ¿No podría haber hecho eso antes o después? ¿No podría haberse muerto mi madre y suspender la ceremonia? ¿Tuvo que convertirse en una pesadilla el que se supone que debía ser el día más feliz de mi vida? Lo que no le perdono a ese cura (y si hay Dios, que me perdone) es que le hiciese tanto daño a los míos. Andrés estaba completamente destrozado, pasmado, ido... Al principio mantuvo la calma, pero tengo la impresión de que en cuanto nos sentamos a cenar dejó de parpadear. No probó ni la tarta, y yo tuve que ir a vomitar unas cuantas veces. Había música, había lujo, había amor... pero no había granos de arroz en mi pelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario